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James Robertson (1813-1888) Reino Unido. Templo de Júpiter Olímpico en Atenas. Albúmina. 1853-54

   Exposición Magia y Realidad: La fotografía del XIX en la Colección Fernández Rivero

   La fotografía se presenta oficialmente en París en 1839, en medio de una gran expectación. La sala de la Academia de Ciencias, abarrotada de público, acoge a importantes personalidades y científicos llegados de todo el mundo. Sin embargo para la mayoría de la gente la idea de que una pequeña caja de madera pudiera atrapar la imagen de la realidad de tal modo que ésta quedara perfectamente dibujada en una placa, era algo mágico.

   Frente al alarde colorista de la pintura, la fotografía nos devolvía una realidad severa, en blanco y negro, a veces coloreada a mano, pero, en palabras de la época, de un “parecido” extraordinario y con una fuerte carga de veracidad. En definitiva era la luz, “la mano de la naturaleza”, la que pintaba, y por tanto la fotografía representaba como ningún otro arte la realidad misma. Esta carga de realismo acompañó a la fotografía durante décadas, junto con algunas dosis de misterio, asombro y magia que aún hoy conserva.

   Su aplicación en diferentes campos y sus grandes posibilidades quedaron patentes desde sus comienzos: reproducción de obras de arte, paisajes, arquitectura… y a ello se dedicaron los primeros daguerrotipistas y calotipistas con sus pesados y complejos medios. Sin embargo la expansión de la fotografía llegaría con la profesionalización del oficio, y ésto solo sucedió cuando la técnica permitió el retrato con una cierta comodidad. Los primeros profesionales se instalaron en Londres y París al inicio de la década de 1840, unos años difíciles en los que la técnica exigía además de un alto grado de pericia a los fotógrafos, largos momentos de exposición al sol, y por tanto grandes dosis de paciencia por parte del público. No sería pues hasta la década de 1850 cuando se diera el paso definitivo hacia la consolidación de la profesión.

 

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Charles Clifford (1819-1863) Madrid. Jarandilla de la Vera, grupo ante la cruz gótica. Albúmina. 1858

   La década de 1850 será la del definitivo despegue de la fotografía. El daguerrotipo estaba plenamente consolidado como la técnica preferida por los profesionales para la realización de retratos. Por otro lado el calotipo, perfeccionado por Le Gray con su negativo de papel encerado, fue ampliamente utilizado por una toda una élite de personajes que se sirvieron de la fotografía en sus “viajes románticos”. Interesados por los destinos exóticos, encontraron en esta técnica su medio preferido para dejar constancia de sus intereses.

   Pero las innovaciones no dejaban de aparecer y a lo largo de la segunda mitad de la década se irían abandonando ambas técnicas en favor del colodión húmedo sobre placa de vidrio para los negativos y papel albuminado para los positivos. Una combinación que, pese a sus evidentes limitaciones, dominaría la fotografía durante las tres décadas siguientes, extendiendo su uso hasta finales del siglo XIX.

   La nueva técnica y sus nuevas posibilidades permitió la aparición de un profesional diferente, que supo capitalizar la fuerte demanda por parte del público de imágenes fotográficas de su entorno, tanto inmediato como lejano. Nacieron así los grandes empresarios de la fotografía que lograron formar fondos de miles de imágenes monumentales y paisajísticas de numerosos países.

   Un paso muy importante que se dio en orden a la popularización de la fotografía fue la reducción de los formatos, primero con las vistas estereoscópicas, desde mediados de la década de 1850, y después con el formato “tarjeta” en los retratos, a partir de 1860, ambos a precios sensiblemente más bajos que hicieron accesible la fotografía a una más amplia capa de la población.

 

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J. Levy et Cie. (Isaac Georges Levy 1833-1913) Paris. Puente romano de Córdoba sobre el Guadalquivir. Albúmina. 1855-88

Durante el imperio de la fotografía a la albúmina, aproximadamente entre 1860 y 1885, la fotografía conoce un desarrollo impresionante. Fueron aquellos años el momento de los grandes profesionales, la fotografía de aficionado apenas existía, pero a pesar de este importante condicionante la variedad de temáticas abarcadas y la perfección lograda en su consecución fue extra-ordinaria. Retrato y fotografía topográfica serían las actividades más desarrolladas por aquellos fotógrafos, pero no las únicas.

Los retratistas ofrecían a sus clientes acabados en cualquier tamaño, incluyendo el natural, y también “coloridos”. Los estereoscopistas y fotógrafos topográficos ofertaban catálogos de miles y miles de fotografías de todos los países, incluso de Tierra Santa y el Lejano Oriente. El bajo precio (relativo) del producto estereoscópico permitía también desarrollar colecciones de escenas teatralizadas y cómicas. La fotografía de gran formato tenía una alta demanda para completar los álbumes de los cada vez más numerosos viajeros, que ya empezaban a denominarse “tourist”, y a la vez era utilizada por la industria editorial como base para la confección de grabados.

La reproducción de obras de arte, fundamentalmente pintura, pero también escultura o piezas arqueológicas, además de mobiliario, tapices… fue otro de los grandes temas de la fotografía profesional, así como la realización de extensos reportajes por encargo de las administraciones, como en el caso del ferrocarril, cuyo crecimiento fue paralelo al de la fotografía, o también el de las grandes obras públicas del momento.

Hacia finales de la década de 1880 otra innovación se impuso en la fotografía: el uso de la placa seca de gelatinobromuro, que permitía una práctica más sencilla y también un tiempo de exposición mucho menor. Aparece la casa Kodak, con su revolucionario sistema, y abre una nueva puerta por la que se cuelan miles de aficionados. Las consecuencias serían trascendentales: la fotografía pierde solemnidad, se trivializa, pero también se multiplica y crece en diversidad y creatividad, caminando así hacia la fotografía del siglo XX. (© CFRivero)

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